jueves, 5 de febrero de 2009

Mágicas Visitas

Jepri: el dios egipcio del escarabeo, símbolo del sol por la mañana, autogenerado. Representado como un escarabajo que empuja al sol por el desierto, simbolizando la vida eterna.

Escarabajo: del latín vulgar: scarabaius. Nombre común de numerosas especies de coleópteros de diversas familias y con formas y tamaños diversos.

Es época de escarabajos. En las calles de mi barrio, en el campito de deportes rebosante de pinos; puede vérselos, empujando sus cuerpos pesados cubiertos por sus élitros metálicos, con un paso milenario y aburrido; entre las flores cansinas de los jardines de los vecinos.

No entran a las casas, no. Supongo que no son como las horribles y atrevidas cucarachas de jardín que se entrometen donde nadie las llama y llenan la estancia más cálida y limpia con memorias de lo abyecto y de lo escatológico, arruinando para siempre la belleza más perenne.

Me gustan los escarabajos, son los únicos insectos que realmente tolero, y los únicos que me fascinan de alguna forma vaga. No fui nunca capaz de matar a un escarabajo, no, y menos con toda la saña que tengo a las cucarachas, de quien soy eficaz cazadora con mis chancletas nocturnas. Me gustan.

Por eso celebré la visita mágica de uno de ellos a mi cocina mistonga. Entré a casa, y allí estaba. Un señor escarabajo, negro y gris, con élitros opacos de dureza pétrea. Pataleando incómodo sobre su lomo, esperando a quien pudiera darlo vuelta. Lo hice, y comenzó su caminar venerable de animal sagrado. En medio de mis baldosas con manchitas, y bajo la atenta mirada de mi gata negra, que a fuerza de cotidianidad ha perdido su aura sacra.

Le di la bienvenida como a un portador de buenas noticias. Lo dejé deambular a voluntad por la cocina, por el living, entre los cables de la televisión y el teléfono. Evité más de una vez que la gata lo diera vuelta, o lo molestara; y al final, tuve la sensación de que me seguía por la casa. En una ocasión incluso, lo descubrí tras la puerta al salir del baño; como escondido. Me devolvió el favor de brindarle mi casa posando para un dibujo que no le hizo justicia.

En el desierto, los escarabajos arrastran bolitas de estiércol hasta la madriguera, dónde depositarán sus huevos. El estiércol al descomponerse les brinda el calor para eclosionar, y luego será su primer alimento. Vida de lo deshechado, vida desde lo muerto y en descomposición. Y así, el camino incierto a la inmortalidad. Por eso, Jepri arrastra al sol, como a una gigantesca bola de estiércol, a lo largo del cielo, cumpliendo con el ciclo de vida.

¿Qué propósito habría tenido este pequeño ilustre para entrar a casa? ¿Traía acaso un mensaje milenario, un resabio de inmortalidad? ¿Habría dejado al sol en su camino por mi casa?, me pregunté, recordando las lecciones de mitología de la facultad, las de biología en la escuela, y lo que yo misma había leído de chiquita de la Enciclopedia Viscontea de las Grandes Civilizaciones.

Su visita me pareció súmamente mágica, pero desde el primer momento supe que no iba a terminar nada bien. Supe incluso, que ofendería a los dioses con su inevitable desenlace. Teniendo eso en cuenta, me apresuré a tomar su retrato al grafito, porque sé que la inmortalidad es también efímera. Por eso me entristecí tanto, cuando llegó el final que ustedes, lectores, están ya vislumbrando; cuando sin querer, en mi banal ceguera causada por lo cotidiano, lo pisé con la misma chancleta nocturna que uso para enviar cucarachas al Hades.

Sí, sí, estoy conciente de que hasta puede parece gracioso, pero, ¿qué quieren que les diga? Yo pude echarle un ojo por un momento a la magia de lo infinito, y sentir el toque de lo divino, en los élitros brillantes de mi amigo escarabajo.

Aquí va éste, un somero responso, a mi mágico e infortunado amigo.

Salute.

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