jueves, 29 de enero de 2009

Cabellos de Oro

Hoy recordé, gracias a la deferencia de un amigo romántico; un pasaje de uno de los libros más maravillosos de la literatura moderna: El Principito, de Antoine de Saint-Exupéry.
El pasaje es aquel en que el principito conoce al zorro y le pide de jugar con él. El zorro le recuerda que no puede porque no ha sido domesticado; y pasa a explicarle qué significa domesticar a alguien (sí, a alguien).
“Sólo se conocen las cosas que se domestican”, dice el animalito, obviamente semi escondido, porque aún teme al niño que le habla inocentemente de jugar con él. También le dice que los hombres (los adultos, por supuesto) no tienen tiempo de conocer nada, es decir, no tienen tiempo de domesticar nada.

Déjenme sacar conclusiones de este bellísimo pasaje. Sí, ya sé que es muy fácil hacer miles de lecturas. Es muy fácil porque la prosa de Saint-Exupéry es tan sencilla, tan inocente, en apariencia, su pluma para hacer metáforas de temas más profundos, que es una tentación irresistible hacer estos indignos análisis.
De todas formas, mi vida en este momento transcurre por caminos grises e inciertos, donde todos los tangos parecen adecuarse a mí, y me siento profundamente identificada con las historias tristes.
Y especialmente con este zorro que aparece en el cuento de Saint-Exupéry.

¿Qué es el amor?

Estimada lectora, querido lector ¿te lo has preguntado seriamente alguna vez? Yo sí. Miles de veces. Y hasta ahora la respuesta que más me ha cerrado es aquella que yo misma me di: fenómenos químicos corriendo por el torrente sanguíneo y causando estragos, barbarie, en nuestro preciado raciocinio. Pero no todo está perdido. No todo se somete únicamente al dominio de nuestros cuerpos físicos. Gracias a Dios.
La amistad es una excelente forma de amor. La amistad aparece pura y tibia, como un buen abrigo de lana tejido a mano en invierno, como el pelaje del zorro en este caso; vibrante, convertido en emisor de los ecos y zumbidos del cuerpo físico que abriga.
Saint-Exupéry plantea una relación de amistad entre el principito y el zorro. Es muy inteligente la comparación que hace de la perfecta amistad: el zorro es un animal, pura química, puro sentimiento, cero raciocinio. El principito es un niño (el hombre supremo según Nietszche), tampoco atado a su capacidad racional, sino más cerca de la naturaleza, de los seres simples del mundo; movido también por sustancias químicas, por su curiosidad del universo. Y por su necesidad implacable de no sentirse solo en la inmensidad del cosmos. (Y qué somos los seres humanos sino eso, la inmensa necesidad, la confianza ciega de que existe algo más en este universo: Dios, o lo que sea).
Podría extender el análisis infinitamente, mostrando relaciones entre el principito y los otros seres simples de la creación pero sería extenderme mucho.
En cambio, continuaré con mi pasaje favorito de la novela.

El zorro habla de los hombres. Dice que son bastante predecibles: sólo les importan sus gallinas. El zorro les teme porque es cazado por los hombres, pero a la vez les tiene pena: ¡qué aburrido preocuparse sólo por gallinas, existiendo en este mundo los arco iris, las rosas, el viento y los baobabs!
Los niños deben tener pena de los adultos: siempre tan preocupados por trabajar, pagar las cuentas, y se han olvidado de cómo se pinta con crayones; saltar la soga, y jugar al botón y al trompo. Eso le pasa al zorro.
Se aburre de sólo pensar en los hombres.
Pero en este prado donde el zorro tiene su profunda madriguera (una madriguera cercana al mundo primitivo, a la tierra, al momento de la creación; un pozo tibio y acogedor dentro de la tierra, donde refugiarse cuando uno es frágil) aparece alguien aún más inocente y solitario que el propio zorro. Alguien que busca amigos. Y cuya búsqueda está profundamente errada (según los ojos del zorro) Busca amigos entre los hombres.
El zorro es, en este diálogo con el niño, el que pone la sabiduría, el que pone la razón, entendida como un asistente a las emociones, y no como un fin en sí misma. Él es quién difiere: “Los hombres ya no tienen tiempo de conocer nada, compran cosas hechas” Es imposible ser más claro que el autor. El mundo de los adultos se mueve por motivos económicos, no existen los fantasmas, las rosas son sólo flores, y los pájaros no pueden arrastrar de un niño en el espacio. Los amigos son prefabricados, comprados a los “mercaderes”, porque nadie tiene el tiempo de hacérselos, de domesticarlos.
“La palabra es fuente de malentendidos”. ¿Para qué hablar? Sólo hace falta mirar de reojo al otro, reconocernos en los ojos del otro, de a poquito y cada vez más cerca...
Domesticar a alguien, es, entonces, acostumbrarnos al otro. El acostumbramiento, la rutina, aquella que mata al amor, es la que fortalece la amistad. Es bellísimo saber que el otro nos aceptará como seamos, como hayamos venido a este mundo, o como nos hayamos construido a nosotros mismos. El acostrumbamiento es el que permite que el zorro recuerde al principito, y deje de temer.
El hombre, en su búsqueda eterna de Dios, del Mundo, del Ser, de la Llama de la que hablaba Goethe, teme. Teme profundamente. Y, como un zorro que ha olvidado su esencia, añora dolorosamente la madriguera donde fue concebido, alimentado y abrigado. Sólo la luz del sol, el oro del trigo, aquello que le recuerde a sí mismo en los ojos del otro, lo hará saltar feliz fuera de ella.

Pero hay algo más. Algo amargo. El final. El final de todo. El principito debe despedirse, porque en su inocencia aún tiene fe en encontrar a los hombres. Aún cree que puede encontrar amigos entre ellos (y esto lo refuerza la frase final del zorro: sólo se ve bien con los ojos del corazón. Tus amigos puedes encontrarlos en cualquier lugar, incluso, entre los hombres)
Pero incluso este final triste donde el zorro va a llorar, está lleno de esperanzas. Las esperanzas porfiadas del principito, y la esperanza del zorro, de que, al fin, solitario en su naturaleza, encontró alguien en quien verse. Alguien que es recordado por el oro del trigo en el campo (un elemento natural, que los mercaderes no pueden vender: el oro del trigo y el recuerdo del amigo), alguien que lo tocó y que fue tocado, alguien que recibió las palabras de un ser solitario; que tal vez no podría habérselas dicho a nadie más: los hombres no escuchan al zorro, y las gallinas no son lo suficientemente importantes.
El principito sigue su viaje, que, inevitablemente, conlleva a su propia muerte. Pero no olvidará nunca lo que le dijo el zorro: “eres responsable para siempre de lo que has domesticado” Eres responsable para siempre de tus amigos. Los hombres han olvidado esto, los hombres están muy preocupados por sus gallinas, y por las cosas que compran a los mercaderes.

Entonces: ¿cuál es el significado ulterior de domesticar a alguien? ¿Es bueno, o es malo ser domesticado? Esperar al otro, esperar verte en sus ojos, en sus acciones, al otro al que has elegido para que te domestique. Creo finalmente que es bueno, que es bueno ser domesticado. Que aparecer de tu madriguera en una tarde de sol, escapar de ella (refugio tan seguro del que no quieres huir) es una bendición de esa llama, de ese dios que está donde nosotros, los seres humanos, lo hemos ubicado. La amistad nos da esa fuerza para huir de la madre tierra y acercarnos más al cielo.

Hay otra lectura que se dibuja lentamente en mi cabeza. Una lectura más amarga, una lectura que vincula este pasaje ya no a la amistad, sino al amor.
Pero no quiero hacerla ahora, ¡porque este análisis sobre la amistad me ha quedado muy bonito!
Lentamente haré más análisis de esta obra, sobre otros pasajes increíblemente bellos y sensibles. Pero mi favorito siempre fue el del zorro. El del zorro desconfiado de los hombres, pero enamorado sin remedio de un niño de cabellos de oro venido de las estrellas a buscar amigos, a buscar ser domesticado, a riesgo de perderlo todo.
Nobleza obliga: aparecido por primera vez en mi espacio de Hotmail, gatosyjirafas.spaces.live.com, el 7 de marzo de 2008.
Sigo pensando igual! ¡Salute!

Jirafita Reflexiva

La cabeza de una jirafa se alza sobre 7 vértebras, sólo siete, las mismas que compartimos todos los mamíferos; pero alcanza una altura de casi 6 metros.

Está altísima, más allá de todo otro animal terrestre, mira al resto de la Creación con sus ojillos profundos, sin juzgar. Piensa.

Las jirafas verdaderas, las que se elevan, piensan. Piensan a pesar de las apariencias, a pesar de su silencio. Sus pies no dejan nunca el suelo y, sin embargo, su cabeza está más alta que la de cualquier otra criatura (las aves son mentirosas, abruptas criaturas que nos engañan con su vuelo y no son más que rastreros reptiles que desarrollaron plumas... una reflexión válida para otro post, y sin ánimo de ofender a ningún gallináceo)

Quisiera ser jirafa, aparecer mágicamente en la sabana dorada, andar plácidamente sobre patas elegantes e interminables, y reflexionar desde allí arriba, sin juzgar o juzgarme (que es bastante complicado para mí, no juzgarme a mí misma) sintiendo la liviandad que me dan mis pensamientos.

Así, con estas ideas sublimes, cándidas, acaso desacertadas, inauguro ésta, la categoría "Pensamientos de Jirafa".

Aquí practico el ejercicio de pensar, sobre cualquier cosa, con criterio o sin él, no importa. ¡OH! Ya puedo sentir el girar mecánico y poco lubricado de mis engranajes cerebrales funcionando a toda máquina; gestando ideas con o sin utilidad alguna.

¡Salute!

miércoles, 28 de enero de 2009

Ahí va

Bueno, ahí va. Me estoy tirando al río, soltándome del muelle, y a nadaaaar!!! Ahí voy al vacío (¡qué vértigo siento de repente, de que ustedes me lean!!!) con esta historia de una chica insufrible, que en su momento me pareció interesante... Es este un cuento viejo, que escribí hace mucho bajo un seudónimo que acaso ahora se me ocurre mediocre y forzado, un cuento al que nunca supe qué nombre ponerle (otra brazada en el río caudaloso: acepto sugerencias...)
Sepan disculpar los errores (¡horrores!) estilísticos, y las licencias de todo tipo que supe darme, y ¡por favor! no traten de analizar lo quemada que pude haber estado en esa época. Piensen que soy nuevita en esto, y que lo último que cualquier novato necesita es que lo desalienten. ¡Saludos!
Dicen que cuando uno sabe hacer reír a una mujer, es muy probable que también sepa hacerla llegar al clímax de manera absoluta. Y ella reía, con mucha fuerza, como si quisiese separar su esqueleto, empezando por los dientes, del resto de su cuerpo.
Su sonora carcajada me llegaba al medio del esternón. Reía, reía. En un momento pensé que iba a acabar, que su risa se cerraría en un grito lívido de orgasmo, tanto se reía y tanto lo disfrutaba.
Pero no, se detuvo tan de improviso como comenzó. Se secó las lágrimas, y me miró; con los ojos muy grandes; me miró. Y la luz de sus pupilas retomó el tono natural de sobriedad que siempre tenían.
Increíble; nunca pensé que ella fuese capaz de reírse tanto sólo por algo que dije. Era excitante en sí misma; la situación, digo bien, la situación era terriblemente estimulante. Y ella estaba muy hermosa esa noche... ¿han notado que estos extraños excesos sólo ocurren durante la noche? Ella no hubiese caído en esa demencial circunstancia si el sol hubiese estado alto en el cielo, brillando sobre nuestras seseras. Pero no, era de noche, y ella reía, y ella estaba tan hermosa. En realidad, no puedo afirmarlo, puesto que nunca la he visto durante el día –trabajamos todo el día y nos vemos en reuniones una o dos veces en la semana.
De repente, al mirarla bien, me dieron ganas de saber qué tipos de ruidos haría al llegar al clímax. ¿Se reiría desaforadamente, gritaría como loca, o sollozaría como me han contado que algunas damas hacen? Suena loco, pero empecé a preguntarme –con esa consabida soberbia que tenemos los hombres de pensar que ciertas cosas ocurren sólo por nuestra experiencia - en fin,... empecé a preguntarme qué efecto causaría yo en ella. ¿Reiría? En realidad, eso me asustaría bastante... por empezar, ¿de qué se reiría?
Su mirada tibia me trajo a la realidad. Su cabello caía en gruesas ondas sobre sus ojos almendrados. Era muy hermosa, y las contracciones de la risa la ponían más hermosa aún. Sus dientes grandes aparecían entre los labios suaves y finitos, y las manos trataban, sin éxito, de tapar la enorme bocaza que desarrollaba cuando se reía demasiado. Y luego, sus músculos se relajaban y suspiraba con fuerza, como tratando de alejar el pensamiento provocador. Después, me miraba. Y sus ojos penetraban mis entrañas. Y yo siempre tenía las mismas ideas... ¿qué sentiría ella si la tomase allí mismo, le levantase la falda y le dijese, siseando, “reíte ahora”? ¡Qué violenta situación! Y qué estimulante también...
Pero no. Yo no lo haría. Ella... bueno, ella me detenía con sólo mirarme. Sus ojos... en fin... se movían a mis costados y me acariciaban con sus pequeñas pestañas, lejos de mí, pero como si estuvieran a un palmo de las mías. Y luego, sus labios finitos se abrían, y la copa se apoyaba en ellos, para dejar salir, copiosamente, el vino que me ayudaba a hacerla reír así. Y sus uñas despintadas y pequeñas golpeaban la fórmica de la mesa. Y ella sólo me miraba. O hacía algún comentario de mina, algo así como “¡qué loco!, ¡las cosas que se te ocurren!” o “ ¡qué gracioso! ¡siempre me hacés reír!” Y eso me ponía como loco. Porque yo quería que ella estuviese al tanto del viejo adagio, del viejo mito urbano. Quería que me dejase probar de ella misma... pero no, sólo conseguía hacerla reír.
Fabio me mira ahora. Dice que estoy loco. Dice que me deje de joder, que no lo moleste más con esa mina, que está completamente loca. No me digas, le digo... como si no lo supiera ya. Volteátela, dice Fabio, y dejate de joder.
Pero, no es tan fácil. No es nada fácil. Es un súcubo. Y uno sabe que los súcubos son difíciles de manipular; son difíciles de tomar con guardia baja.
Ponela en pedo, dice Fabio, con un aire de “todo tiene solución” difícil de rehusar. Lo miro, desencajado. Sugiere, con azorante desparpajo, que la embriague y me aproveche de su debilidad. Estás loco, le digo. Si va a ser mía, es con todas sus facultades en completo uso.
Y ella comenzó a reír de nuevo, después de que sus ojos almendrados volviesen a estudiarme. La miro yo también, ¿puede alguien reír tanto y no volverse demente de las propias vibraciones de sus carcajadas? Pues, sí –ella sí- ella puede hacer eso, porque ya está demente. Ya sus ojos se desvían si la miro fuerte, ya sus manos tiemblan si pretende tomar una copa que le alcancen, ya sus piernas se cruzan y descruzan incontables veces mientras mantiene una conversación que, si uno no presta mucha atención, parece coherente. Ríe si le susurro, ríe si le grito, ríe si cuento hasta tres o hasta cien... a veces, hasta juego con eso. Digo “cuento hasta tres y te reís”, y apenas pronuncio el fatal numerillo, sus labios se abren mostrando la bocaza y ríe, ríe, ríe. Y sólo dije tres.
Y ella me obsesiona. Y ella me quita el sueño. Porque ahora sólo me está mirando y sus ojos almendrados parecen tubos de radiación, de esos que están en los hospitales y sirven para ver lo que nadie puede ver. Lo que nuestros cuerpos ocultan.
Fabio tiene razón. Soy demasiado bueno con ella, demasiado vulnerable. Hago lo que pide, digo lo que quiere, caigo en su manipulación, inevitablemente soy suyo en cuanto chasquea los dedos, -figuradamente, en ella, el chasqueo autoritario toma forma de carcajada. Y soy su marioneta. Y aún no sé bien por qué; puesto que, según Fabio, ni siquiera estoy enamorado de ella y sus ojos grandes. Tal vez sea su tremenda forma de comunicarse conmigo, ese terrible fluir de “jajas” y “jejes” que salen de su ágil garganta blanca.
Para este punto, puede decirse que la dama en cuestión es insoportable. No la soporto, dice Fabio. Cualquier gansada la pone a morir de risa, es muy hueca, cacarea por cualquiera, critica Fabio. Tal vez tenga razón, en lo que respecta a sí mismo; porque yo he podido mantener largas charlas con ella sin la interrupción inoportuna de su risa, que no es leve como dice el tango. Es verdad que Fabio no la hace reír tampoco, y tal vez sea una cierta envidia por parte de él (pensará que él nunca podría llegar a hacerla morir de placer como yo parezco capaz de hacer). Lo cierto es que no es hueca... en absoluto. Recuerden ustedes que los demonios deben ser atractivos, y la estupidez es menos atractiva que una gran verruga o un miembro tullido. Y puede decirse cualquier cosa de este súcubo, menos que no era atractivo.
Conversaba con ella de muchas cosas, de mascotas, de la infancia, de los programas de Alejandro Dolina, de su padre y del mío, de las canciones de Leo Masliah, de la lluvia en el ventanal, del escarabajo en el ventanal, del escarabajo en el ventanal aplastado por el diario que yo leía, de los élitros del escarabajo, de cómo el color de mi auto le recordaba los élitros del escarabajo aplastado (varios días después)... En fin, una alarmante cantidad de porquerías que hacen que las personas le digan a uno lo poco que confían en su sanidad mental... y que lo vuelven a uno un genio entre los que tienen las mismas cantidades de inmundicias en la sesera...
Pero me domina por completo. Mi total sumisión hacia ella, no sé a qué se debe, no sé como puedo dominar la situación. Me ordena, me desequilibra (más de lo que ya estoy), no puedo decir nada en su presencia pues tengo miedo de molestarla, y si lo digo, ella sólo se ríe. Debería sentirme contento, porque el viejo adagio así lo prefiere, pero no, me siento un inepto. ¿Cómo puede alguien sentirse bien si sus palabras son tomadas siempre a la chacota?
Dentro de mis cavilaciones, noto que su risa se detiene....¿cómo..?...¿cómo dominarla, doblegarla, matar esa risa que de sublevabada ya comienza a parecerme hórrida...? ¿cómo...? Sólo sonríe ahora, y fuma de MI cigarrillo... y sus ojos grandotes... ¿cómo...? Ya no quiero ser su esclavo, lo he sido por tanto tiempo que ya sólo me sublevo ante su risa demoníaca y arrebatadora.
Volteátela, dice Fabio dentro de mi cráneo, me parece verlo sentado frente a mí tomando su café y leyendo su diario, enorme, incómodo. Volteátela... Siento que debo hacerlo, para neutralizar su risa, pero no, nunca podría obligarla... no tengo la fuerza ni el coraje...
Le digo entonces que está muy hermosa, que no puedo dejar de mirarla, que me encanta. Es una noche preciosa, y la fiesta está tan aburrida... me responde. Y, con los labios cerrados por fin en una sonrisa astuta, sale al patio de la gran casa; con su esclavo detrás.
Repetí lo que me dijiste adentro que no te oí, mi vida (ella siempre me trató así). Estás hermosa, no puedo dejar de mirarte, me encantás, dice Fabio con mi voz, sin que pueda detenerlo. Y ella, ¿cómo...? ¿Cómo puede? Comenzó a reír, con muchísima fuerza, casi a morir, sus mandíbulas dentellaban en el aire frío, sus ojos se humedecieron de pronto, y sus manos aferraban su vientre con gran violencia. Se dobló en dos y siguió riendo, riendo, riendo...
Y cuando sus piernas se debilitaron tanto que cayó de rodillas, Fabio la agarró con fuerza de la garganta, y, siseando mientras la empujaba contra unos arbustos, siseando como una serpiente, le dijo, mientras le levantaba la falda, “reíte ahora”.

FIN.

Ariel Lioncort, 6-VII-01

De mi berretín de escritora.

Esta es mi primera entrada en mi blog, y voy a aprovecharla para explicar un poco de qué va esto.
La lectura es algo que simplemente me apasiona. Siempre leí muchísimo, corto, largo, ficción, no ficción, de aquí, de allá, de todos lados. Y seguida a la lectura, aparecen, muchas veces, las ganas de escribir.
Y he escrito. Mucho. No soy quién para criticar, ni lo ajeno, ni mucho menos lo propio, pero sí puedo decir que hay muchas cosas que he escrito que me han gustado mucho. Y quiero compartirlas; y este es un lugar tan bueno como cualquier otro. De hecho, no pocas veces me ha ocurrido descubrirme a mí misma leyendo durante horas (sí, horas) algunos blogs muy buenos que encuentro por ahí; o que me recomiendan, o lo que sea.
Los que más disfruto son aquellos que tienen una mirada ácida sobre la vida, y que, con humor muy inteligente, me hacen reír mucho. Yo no puedo hacer reír a nadie con las cosas que digo, y menos aún con las que escribo.
Simplemente quiero escribir, un poco, algunas páginas, cuanto mucho. No soy ni periodista, ni escritora, ni siquiera estudiante de Letras. Soy una simple docente de arte, y estudiante de Historia del Arte que disfruta de reflexionar y escribir.
Aquí aparecerán algunas reflexiones, algunos cuentos, algunos poemas medio pelo que fui destilando por ahí, y algún que otro trabajo plástico mío. Me gustaría saber que alguien podría disfrutar de lo que pienso, y para eso lo publico. ¡Muchas gracias a todos!