viernes, 20 de febrero de 2009

David

Ahí está, solito, parado frente al monstruo.

Púber, apolíneo, imberbe; características que no definen al héroe griego. Características que no ayudan a ningún hombre contra ningún leviatán.

Pero ahí está, solo, armado con su desnudez, con su piel blanca, muy blanca, contra la adversidad; y en una mano una honda, y en otra una piedra.

Sus ojos fijos en lo que está allende su mirada, fijos contra el monstruo, más implacables que cualquier arma, más fuertes que la experiencia, la barba, los músculos. Sus ojos no miran más que al monstruo desproporcionadamente grande frente a él, el monstruo que amenaza su futuro de rey, y el futuro de su pueblo; no ven más que ese escollo que se atraviesa en su camino.


Su mano no disparará la piedra, lo harán sus ojos de águila, el verdadero primer pistolero.


David ha sido siempre en la Historia del Arte, el símbolo de la fuerza del pequeño y justo contra el gigante irracional; el símbolo de la civilización contra la barbarie, si se quiere.

En la Florencia Renacentista, la famosa estatua de Miguel Ángel fue concebida como emblema de la resistencia de la pequeña ciudad que fue capaz de soportar y revertir los terribles embates de ciudades más grandes y poderosas que ella.


Y David es también, el emblema de la resistencia de los así mal llamados débiles.


Yo estudié en una escuela de arte, que fue la primera escuela de arte, formadora de artistas y docentes, fundada en el país por Manuel Belgrano. Yo estudié en una escuela cuyo emblema era la cabeza del David. En el pasillo del piso medio teníamos una reproducción a tamaño natural de la colosal (¡qué paradoja!) cabeza esculpida por Miguel Angel. Toda la escuela estaba llena de calcos y reproducciones de distintas obras escultóricas: las Tres Gracias del Mausoleo de Napoleón III, la Venus de Milo en el sum, bajorrelieves asirios en eterna restauración en los pasillos del entrepiso, altorrelieves egipcios del Imperio Nuevo en la entrada de la escalera de secretaría, un ángel gótico asomando desde un rincón del piso de escultura. Pero ninguna tan increíble y emblemática que la cabeza del David. Ninguna que nos representara más.


Yo nunca me caractericé como una luchadora política, nunca me identifiqué con el David, tal vez porque nunca tuve la fuerza de "bancármela" de otra forma que no sea como una laburante más, como aprendí de mi familia. Por eso no pensaba en el David, al menos no hasta ahora.


Ahora sé que quieren cerrar la escuela, vaciarla, quitarle el título, incluirla en la política macrista de reducción de cultura, trastocarla, olvidarla, barrerla y tirarla a la basura. Y mis compañeros aguantan, esperan, están mirando el horizonte esperando, resistiendo. Como David, esperando a Goliat, con el talento en lugar de la honda, el amor en lugar de una piedra, y los ojos fijos en el futuro.


Ahora sé que no se pudo elegir mejor emblema para una escuela de luchadores, herida pero no de muerte, vaciada, vapuleada, pero siempre en pie; que el adolescente que salvó a su pueblo y se erigió como rey con nada más que su honda, su piedra, y su enorme e inquebrantable voluntad.

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