lunes, 23 de febrero de 2009

Gaterío




Cinco gatos en un cuarto,

cinco gatos algo obscenos

cinco gatos algo hartos

de ser convencionalmente serios.


Cinco gatos muy sonrientes

de colmillos y de aceros

cinco gatos obsecuentes

de mal amor postrero.

viernes, 20 de febrero de 2009

David

Ahí está, solito, parado frente al monstruo.

Púber, apolíneo, imberbe; características que no definen al héroe griego. Características que no ayudan a ningún hombre contra ningún leviatán.

Pero ahí está, solo, armado con su desnudez, con su piel blanca, muy blanca, contra la adversidad; y en una mano una honda, y en otra una piedra.

Sus ojos fijos en lo que está allende su mirada, fijos contra el monstruo, más implacables que cualquier arma, más fuertes que la experiencia, la barba, los músculos. Sus ojos no miran más que al monstruo desproporcionadamente grande frente a él, el monstruo que amenaza su futuro de rey, y el futuro de su pueblo; no ven más que ese escollo que se atraviesa en su camino.


Su mano no disparará la piedra, lo harán sus ojos de águila, el verdadero primer pistolero.


David ha sido siempre en la Historia del Arte, el símbolo de la fuerza del pequeño y justo contra el gigante irracional; el símbolo de la civilización contra la barbarie, si se quiere.

En la Florencia Renacentista, la famosa estatua de Miguel Ángel fue concebida como emblema de la resistencia de la pequeña ciudad que fue capaz de soportar y revertir los terribles embates de ciudades más grandes y poderosas que ella.


Y David es también, el emblema de la resistencia de los así mal llamados débiles.


Yo estudié en una escuela de arte, que fue la primera escuela de arte, formadora de artistas y docentes, fundada en el país por Manuel Belgrano. Yo estudié en una escuela cuyo emblema era la cabeza del David. En el pasillo del piso medio teníamos una reproducción a tamaño natural de la colosal (¡qué paradoja!) cabeza esculpida por Miguel Angel. Toda la escuela estaba llena de calcos y reproducciones de distintas obras escultóricas: las Tres Gracias del Mausoleo de Napoleón III, la Venus de Milo en el sum, bajorrelieves asirios en eterna restauración en los pasillos del entrepiso, altorrelieves egipcios del Imperio Nuevo en la entrada de la escalera de secretaría, un ángel gótico asomando desde un rincón del piso de escultura. Pero ninguna tan increíble y emblemática que la cabeza del David. Ninguna que nos representara más.


Yo nunca me caractericé como una luchadora política, nunca me identifiqué con el David, tal vez porque nunca tuve la fuerza de "bancármela" de otra forma que no sea como una laburante más, como aprendí de mi familia. Por eso no pensaba en el David, al menos no hasta ahora.


Ahora sé que quieren cerrar la escuela, vaciarla, quitarle el título, incluirla en la política macrista de reducción de cultura, trastocarla, olvidarla, barrerla y tirarla a la basura. Y mis compañeros aguantan, esperan, están mirando el horizonte esperando, resistiendo. Como David, esperando a Goliat, con el talento en lugar de la honda, el amor en lugar de una piedra, y los ojos fijos en el futuro.


Ahora sé que no se pudo elegir mejor emblema para una escuela de luchadores, herida pero no de muerte, vaciada, vapuleada, pero siempre en pie; que el adolescente que salvó a su pueblo y se erigió como rey con nada más que su honda, su piedra, y su enorme e inquebrantable voluntad.

martes, 17 de febrero de 2009

Cotidianeidad


Cómo pudo disolverse así lo cotidiano... nunca me lo explicaré.

jueves, 5 de febrero de 2009

Mágicas Visitas

Jepri: el dios egipcio del escarabeo, símbolo del sol por la mañana, autogenerado. Representado como un escarabajo que empuja al sol por el desierto, simbolizando la vida eterna.

Escarabajo: del latín vulgar: scarabaius. Nombre común de numerosas especies de coleópteros de diversas familias y con formas y tamaños diversos.

Es época de escarabajos. En las calles de mi barrio, en el campito de deportes rebosante de pinos; puede vérselos, empujando sus cuerpos pesados cubiertos por sus élitros metálicos, con un paso milenario y aburrido; entre las flores cansinas de los jardines de los vecinos.

No entran a las casas, no. Supongo que no son como las horribles y atrevidas cucarachas de jardín que se entrometen donde nadie las llama y llenan la estancia más cálida y limpia con memorias de lo abyecto y de lo escatológico, arruinando para siempre la belleza más perenne.

Me gustan los escarabajos, son los únicos insectos que realmente tolero, y los únicos que me fascinan de alguna forma vaga. No fui nunca capaz de matar a un escarabajo, no, y menos con toda la saña que tengo a las cucarachas, de quien soy eficaz cazadora con mis chancletas nocturnas. Me gustan.

Por eso celebré la visita mágica de uno de ellos a mi cocina mistonga. Entré a casa, y allí estaba. Un señor escarabajo, negro y gris, con élitros opacos de dureza pétrea. Pataleando incómodo sobre su lomo, esperando a quien pudiera darlo vuelta. Lo hice, y comenzó su caminar venerable de animal sagrado. En medio de mis baldosas con manchitas, y bajo la atenta mirada de mi gata negra, que a fuerza de cotidianidad ha perdido su aura sacra.

Le di la bienvenida como a un portador de buenas noticias. Lo dejé deambular a voluntad por la cocina, por el living, entre los cables de la televisión y el teléfono. Evité más de una vez que la gata lo diera vuelta, o lo molestara; y al final, tuve la sensación de que me seguía por la casa. En una ocasión incluso, lo descubrí tras la puerta al salir del baño; como escondido. Me devolvió el favor de brindarle mi casa posando para un dibujo que no le hizo justicia.

En el desierto, los escarabajos arrastran bolitas de estiércol hasta la madriguera, dónde depositarán sus huevos. El estiércol al descomponerse les brinda el calor para eclosionar, y luego será su primer alimento. Vida de lo deshechado, vida desde lo muerto y en descomposición. Y así, el camino incierto a la inmortalidad. Por eso, Jepri arrastra al sol, como a una gigantesca bola de estiércol, a lo largo del cielo, cumpliendo con el ciclo de vida.

¿Qué propósito habría tenido este pequeño ilustre para entrar a casa? ¿Traía acaso un mensaje milenario, un resabio de inmortalidad? ¿Habría dejado al sol en su camino por mi casa?, me pregunté, recordando las lecciones de mitología de la facultad, las de biología en la escuela, y lo que yo misma había leído de chiquita de la Enciclopedia Viscontea de las Grandes Civilizaciones.

Su visita me pareció súmamente mágica, pero desde el primer momento supe que no iba a terminar nada bien. Supe incluso, que ofendería a los dioses con su inevitable desenlace. Teniendo eso en cuenta, me apresuré a tomar su retrato al grafito, porque sé que la inmortalidad es también efímera. Por eso me entristecí tanto, cuando llegó el final que ustedes, lectores, están ya vislumbrando; cuando sin querer, en mi banal ceguera causada por lo cotidiano, lo pisé con la misma chancleta nocturna que uso para enviar cucarachas al Hades.

Sí, sí, estoy conciente de que hasta puede parece gracioso, pero, ¿qué quieren que les diga? Yo pude echarle un ojo por un momento a la magia de lo infinito, y sentir el toque de lo divino, en los élitros brillantes de mi amigo escarabajo.

Aquí va éste, un somero responso, a mi mágico e infortunado amigo.

Salute.

lunes, 2 de febrero de 2009

Gatita e Íncubo: una fábula simpática



Había una vez una gatita, que a un íncubo se encontró.
El diablo díjole: "tú sabes bien quién soy"
"¿En qué forma quieres que lleve a cabo mi actuación?
Puedo ser un dulce niño,
o un terrible pecador.
Puedo ser un gato amable,
o un pulpo penetrador.
Tú dime en qué forma quieres
llegar a la perdición"
La gatita miróle con confianza
y, suavemente, sonrió.
"Tu discurso no me asusta,
hermoso seductor,
puedes ser quién tú desees:
no limitaré tu imaginación.
Pero piensa solamente,
(hay una pequeña posibilidad)
de que no sea yo la perdida,
y de que al cielo (terrible contratiempo!) vayas a parar.
Agosto 2007

Tanguito con gusto a nostalgia

Angel Gris 2 de octubre de 2000

¿No ves cómo la luna se pone en los techos
lamiendo la bruma de blanco percal;
sumiendo tu pecho en ronca miseria
sublime tras el ventanal?

¿No ves cómo, lentas, trepan las volutas
de mi cigarrillo, bailando
y pintando
en el aire dulce
mi pena infernal?

Sabés bien, ángel, lo mucho que duele
subirse a tus alas teñidas de gris,
esperar en mi almohada que tu pelo vuele,
llenando la noche tu aroma de anís.

Creer en tu historia
de rumbos sin voces;
caer en tu trampa de dulces rencores
soñar todo el tiempo tu risa feliz.
Saberme sin ellos,
rodearme de versos
es sufrir mil veces los mismos dolores.

¿No ves cómo la luna plateada se burla de mí?
¿No ves cómo ríen, lejanas,
las doradas campanas de mi destino infeliz?

A vos no te importa tanto;
sos un ángel gris.
Vivís tiernamente tus augurios de espanto
llorás dulcemente mis horas de quebranto;
mientras, con tu cabecita gacha, reís
tendida en los brazos del desengaño
tu mistonga lágrima de liz.